Los hermanos Paquito y Emiliuco Jorrín,
en la escuela de Salces (Cantabria), hacia 1947
En un lugar de la
Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un
hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor.
Una olla de algo más
vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las
tres partes de su herencia…
Con
estas sencillas palabras comenzó don Miguel su magistral narración entre la
realidad y la fantasía. Con sosiego, en
un lugar apacible, con la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos,
el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, grandes partes para que las musas más
estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de
maravilla y de contento.
Narración
que resultó ser uno de los libros que hay que leer profundamente, inmerso en su
época, crisol de la vida misma, de una manera sencilla y al alcance de todos.
Es
la historia de un hidalgo manchego, don Alonso Quijano el Bueno, al que los
libros de caballería le trastornaron y decide recorrer España en compañía de su
escudero Sancho Panza, para deshacer entuertos y socorrer a los necesitados.
En
palabras de J. Givanel Mas, a más de uno, siendo adolescente, su lectura le
hacía soñar en cosas fantásticas y extravagantes, y las páginas admirables de
esa sublime producción le parecían pesadas y ñoñas; joven ya, las escenas
descritas en la fábula cervantina le movían a risa; pero más tarde, conocedor
del ser humano, vislumbró en el libro la extraña manía de introducir lo futuro en lo presente.
Su
estilo sonoro y pulido y la viveza del colorido deleitan al lector.
Don
Quijote es el caballero, el perfecto tipo de esa clase orgullosa de sus
pergaminos, de historia pasada, idealista y soñador. Sancho Panza, es
interesado y rechoncho. Seco de carnes y enjuto el rostro, su amo, todo
abnegación y sacrificio, en defensa de un ideal elevado y noble; el escudero,
comilón, feliz en la comida, leal, analfabeto y un tanto egoísta, con
experiencia cotidiana del sentir del pueblo, el apego al terruño y con la
sabiduría del sentido común; ilustrado
aquél, y todo en un enorme contraste, pero magnífico a la postre.
Don
Quijote es desprendido y dadivoso, no conoce el abatimiento ni el descanso,
lucha contra los poderosos enemigos y siempre se le ve impregnado de amor a lo
grande, a lo sublime, a lo que no fenece.
Lord
Byron, escritor inglés, dice que ante el placer de leer el Quijote en su propia
lengua, desaparecen los demás placeres.
Van-Effen ve en esa producción el mejor estudio para enseñar la imaginación y
cultivar el juicio.
Quizás
sea oportuno traer a colación, aunque de forma muy somera, que la lectura
del Quijote, en las escuelas, ha sido
recomendada e incluso obligada por diversas disposiciones del Estado, a través
de los tiempos, desde 1.856.
En
1906 aparece una Real Orden en la que se declara que los maestros en sus ejercicios
de lectura utilizarán la obra de Cervantes.
En
1.920 en otra Real Orden del 6 de marzo, se declaró la obligatoriedad de la
lectura de El Quijote, en todas las Escuelas Nacionales, durante el primer
cuarto de hora de la clase y que los maestros deberían explicar el significado
de los pasajes leídos.
En
1.970, con la entrada en vigor de la Ley General de Educación, acabó, entre
otras cosas, con un ciclo centenario de la lectura del Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha, en las Escuelas.
De esta forma
un sinfín de personajes, llenos de cultura letrada y cultura popular, que
tomaban vida a través del relato, ingenioso y edificante, ajustado a la época,
a través de la pluma más brillante de todos los tiempos, desaparecieron de los
pupitres escolares y cayeron en el olvido, sobre todo en las escuelas de pueblo, y la lanza, pasó definitivamente a coger polvo en el astillero o percha donde
se colgaban las armas:
.
Don Quijote de la Mancha nombre idealizado de un caballero manchego de nombre
Alonso Quijano y con su apelativo de “El bueno”. Un gran idealista, defensor de
las causas ajenas y en especial defensor de los débiles, defensor también del honor y del amor, conceptos todos ellos
que aparecen permanentemente en su gigantesca obra.
. Rocinante. Caballo de
Don Quijote, que primero fue rocín o caballo de poca estampa. Él le puso este
nombre porque le parecía el más adecuado para un caballero. Cervantes le
describe como rocín flaco y dice “aunque
tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, le pareció
que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban.”.Don
Quijote sigue el rumbo que desee Rocinante en busca de sus aventuras.
. Sancho Panza. Su
escudero fiel y amigo muy leal, su vecino y labrador de buen corazón. Intenta
permanentemente en que su amo entre en razón y muy obsesionado con el
ofrecimiento para ser Gobernador de la Insula Barataria.
. Teresa Panza, mujer
de Sacho y su hija Sanchica
. Rucio. El asno de
Sancho Panza, noble y muy querido por su amo.
. Pedro Pérez. El cura.
Licenciado en la Universidad de Sigüenza, amanta de los libros de caballería.
Ideo la quema de los libros de don
Quijote.
. Dulcinea del Toboso.
Amor platónico de don Quijote. Personaje ficticio. Inspirado en Aldonza
Lorenzo, labradora y vecina de don Alonso Quijano.
. El ama de llaves y la
sobrina, Antonia Quijana. De más 40 y
menos de 20 años respectivamente. Ejecutoras materiales de la quema de
los libros.
. Maese Nicolás. El
barbero, muy amigo de don Quijote.
. Pedro Alonso.
Labrador del pueblo.
. Antonio, el mozo del
rabel, que bebía los vientos por Olalla.
. Mercedes. Una pastora
muy guapa.
. Juan Palomeque, el
zurdo, el ventero que armó caballero a don Quijote en su venta.
.La Maritormes. Criada
de Palomeque que servía comidas en la venta. Moza asturiana que don Quijote
llamaba “madama”.
. Dorotea. Joven y bella que se hacía pasar por
la princesa Micomicoma.
. Luscinda. Que tenía
enamorado a Cardenio. La pretendía don Fernando pero que éste se casó con
Dorotea.
. Cardenio, desdichado y con mal de amores,
vivía vagabundo por Sierra Morena.
.
Sansón Carrasco, el bachiller, que se hace pasar por el caballero de los
Espejos y por el caballero de la Blanca Luna. Es un joven optimista y estudia a
Aristóteles.
.
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