EFEMERIDES MATRITENSES
LIBRO SOBRE LA HISTORIA DE MADRID
Año 1.787
Se sitúa en este año “la pincelada castiza” por ser el año de gracia en que apareció el cuadro de la Virgen de la Paloma y es la fiesta más celebrada por el casticismo madrileño.
Digamos para empezar este capítulo que ser “castizo”, a mí entender, es algo más que vivir en Madrid o haber nacido en su seno. También es algo más que vestirse con gracia el traje chulapo y expresarse en su argot propio.
Ser castizo es una forma de ser, un modo de comportarse, es una actitud especial ante la vida.
Haciendo un poco de historia diremos que el “casticismo” tiene su centro neurálgico, su origen, en el barrio del Avapies (Lavapies).
Con la incorporación de los judíos en el cambio religioso de 1.492, por lo general profesionales cualificados, médicos, boticarios, tenderos, comerciantes, etc., proliferó la costumbre en las familias de bautizar a los primogénitos con el nombre de Manuel, para así dar testimonio de cristianos viejos. Esta circunstancia dio origen al gentilicio de “Manolos” y “Manolas”.
Posteriormente la “manolería” se extendió por otros barrios haciéndose protagonistas del Madrid castizo y se caracterizaban por su aspecto elegante y atildado, por lo que se dio en llamarlos “chulapos”.
En otros barrios estaban asentados otros gremios. Así por ejemplo en torno a la calle del Barquillo, estaban los herreros (los “chisperos”) y que por su aspecto sucio por imperativos del oficio, se les llamaba “tiznaos”. Los “majos” se asentaban en el barrio de Maravillas.
Cuentan las crónicas de la época que entre los “chulapos” y “chisperos” existía una gran rivalidad que en muchas ocasiones terminaba en peleas callejeras.
Sobre todo entre los chavales de uno y otro bando con sus armas preferidas: las piedras.
Como en estos casos la fuerza física era imprescindible, es fácil suponer que los “chisperos” llevaban las de ganar casi siempre.
Una coplilla de don Ramón de la Cruz refleja bien claramente aquella situación:
“Aquí están las Maravillas,
Con deseo de reñir;
Menos lengua y más pedradas,
Señoritos del Barquillí”.
Las “castas” madrileñas tenían su peculiar forma de hablar y vestir, y consideraban una afrenta que les confundiera. Si bien, en el fondo sus costumbres eran bien parecidas. Se distinguían, eso sí, por pequeños detalles en los aditamentos de los trajes y en la forma de llevar el pañuelo y el tupé.
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domingo, 11 de julio de 2010
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