Esta es la historia resumida de un perro callejero
de origen, que llegó a ser famoso y popular en todos los ambientes de aquel
Madrid insólito del siglo XIX.
Hallándose el marqués de Bogaraya, grande de
España, en su habitual tertulia del café de Fornos, en la calle Peligros,
conmemorando con sus contertulios la festividad de San Francisco de Asís,
apareció por allí en susodicho perro, huesudo y feo sin remedio, negro como la
pez, debajo de la mesa del noble madrileño, marqués, guapo, dandy y riquísimo…
El can le miró con sus ojos ávidos de súplica de
amistad… El Marqués le pasó la mano por el lomo varias veces… No sabemos el
efecto interno que ambos sintieron… el caso es que el marqués cogiendo una copa
de champán y virtiéndola sobre la cabeza del chucho procedió a “bautizarle” con
las siguientes palabras:
“Yo
te bautizo en el nombre de mi nobiliaria gana con el nombre de Francisco, Paco
para los amigos, y te encomiendo, desde ahora, al serafín de Asís, reconociéndome
yo como tu padrino para cuando tu santo patrono se descuide en el socorrerte y
defenderte. Amén”.
Y aquel perro, que anteriormente había sido
zarandeado y rechazado a puntapiés de todas partes, se vio obsequiado con un
sabroso medio pollo en pepitoria ante las risotadas de los testigos oculares,
atónitos por lo que estaban presenciando. Había comenzado para él una nueva
vida de lujos y placeres.
En poco tiempo engordó y se aburguesó, y desdeñó
también a más de una perra perseguidora de sus nuevos encantos.
Su fama y popularidad se extendió rápidamente por
todos los estamentos de la Villa. Era ya amigo entrañable del “todo Madrid”. Se
le permitía la entrada en casinos, bailes, teatros… y hasta en las iglesias.
Vivía como un marqués.
Pero eh aquí que un mal día llegó la tragedia:
Una tarde del mes de mayo se fueron a la novillada
en la plaza de toros de la Fuente del Berro. Un novillo de turno, murlaco,
lanzaba al novillero fieros derrotes antes los continuos pinchazos que el
matador le estaba propinando sin acertar con el estoque. El público rugía de
indignación hacia el novillero que con derroche de nerviosismo y miedo fallaba
una y otra vez.
Paco, también indignado, saltó al ruedo para
increpar al siniestro torero, y… ¡Lo que son las cosas!. El espada que había
propinado ya hasta 50 pinchazos sin acertar al enrabietado novillo, con el
punto exacto del estoque, aterrado se volvió contra Paco y le traspasó el
espinazo a la primera con un sablazo mortal.
Ante aquel espectáculo tan lamentable se armó un
alboroto tal, que tuvo que intervenir la guardia para evitar lo que hubiese
sido un linchamiento cierto.
La prensa comentó lo sucedido en primera plana, el
dolor llegó hasta el mismísimo Palacio Real. Fue una sensible pérdida.
El perro Paco recibió sepultura de privilegio en
un florido rincón del parque del Retiro.
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