El aprendiz de río que en su día denominara en mofa el genial Quevedo, ha sido con frecuencia un punto de referencia para el pueblo de Madrid desde que los primeros pobladores de la zona se asentaran en su terraza hace ya unos trescientos mil años, como lo demuestra el hecho de que en febrero del año 1.953 arqueólogos del Seminario de la Universidad de Madrid descubrieran en las cercanías de Madrid, en las proximidades a la localidad de Vaciamadrid, instrumentos de piedra y restos fósiles de animales que pueden pertenecer a un campamento de cazadores de elefantes con una antigüedad aproximada a unos 300.000 años.
Desde la edad media ha sido también, con frecuencia, tema central en crónicas de la Villa:
Así por ejemplo, en el año 1.434 sus aguas normalmente apacibles, debido a las intensas lluvias caídas, produjeron un desbordamiento, llevándose casas y molinos, originando unas pérdidas altamente significativas.
En 1.783, por orden de Carlos III, Juan de Villanueva construye unos lavaderos cerrados a la orilla del Manzanares para proteger de las inclemencias del tiempo a las sufridas lavanderas. Se construye también una acequia para que llevara agua limpia a las lavanderas, y se pone en práctica una reglamentación para usar el río para molinos, baños y lavaderos.
En 1.950, una notificación del Ayuntamiento del día 8 de julio, prohibía al vecindario bañarse en el río.
Desaparecida está la popular piscina de la Isla, ubicada
exactamente en medio del cauce del río, a unos cien metros aguas arriba del
Puente del Rey. Su aspecto exterior simulaba la silueta de un barco. Contaba
con una pasarela de acceso, especie de puente, desde la orilla del río hasta su
entrada principal. Sus instalaciones interiores contaban con tres piletas, una
servía para recogida y saneamiento del
agua procedente del caudal; la pileta central servía como piscina de invierno y
la tercera pileta como piscina de verano, cariñosamente llamada “la de fuera”,
que disponía de una zona amplia de expansión. Contaba también con un solárium
para mujeres en la parte alta, en la estructura que simulaba la chimenea del
“barco”; los hombres también tenían el suyo.
Fragmentos literarios:
Lope de Vega, en el verano de 1.628, escribía: ”Aquí no hay más entretenimiento que el río, tan menguado que parece que le han bajado la mitad del agua…”.
Cervantes, en su obra La gitanilla, dice: “Entre pobres y aduares, ¿cómo nació tal belleza?, ¿cómo crió tal pieza el humilde Manzanares?.
Quevedo, además de la definición de “aprendiz de río” citada al principio, dijo: “Tiéneme del sol la llama / tan chupado y tan sorbido, / que se me mueren de sed / las ranas y los mosquitos”. “… más agua trae en un jarro de vino de vino cualquier cuartillo…”.
Desde el punto de vista de sus aguas para el consumo ciudadano
en la Villa de Madrid, hay que decir que nunca han podido ser aprovechadas, ya
que su cauce se desliza por esta zona por una cota muy por debajo del nivel de
asentamiento de la población, lo cual tampoco permitió construir norias al tipo
de otras localidades. El consumo de agua de los madrileños procedía de las
fuentes naturales y sobre todo del arroyo de San Pedro, que discurría por el
barranco que es hoy la calle de Segovia
Sus puentes históricos, su canalización y la obra más
reciente denominada “Madrid río”, serán temas para otra ocasión.
El río Manzanares nace en la Sierra de Guadarrama, en el
llamado Ventisquero de la Condesa, cerca de la Bola del Mundo. Afluente por la
orilla derecha del río Jarama, tributarios del Tajo. Desemboca en el municipio
de Rivas-Vaciamadrid, después de un recorrido de 92 km.
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