sábado, 2 de abril de 2011
EL CÓLERA Y LA PESTE
Corre el año 1.834 y otra vez los madrileños sienten en sus carnes el mazazo de la epidemia. Esta vez el cólera, que alcanzó niveles también desproporcionados, repitiéndose las escenas patéticas, como se desprende del cuadro pintado por Ramón Pulido Fernández, titulado: Profanación del templo de San Francisco el Grande de Madrid el día 17 de julio de 1.834, durante la epidemia del cólera. Quizás sea el momento de recordar una frase tristemente popular y bien conocida en las zonas humildes, aquella frase del ¡Agua va!. Detrás de los palacios y casas suntuosas aparecía la otra cara, la de la ciudad sucia, en la que apenas existían sumideros ni alcantarillas, tan imprescindibles para la limpieza, por lo que subsistía el peligro de infecciones y epidemias. Y con frecuencia las calles se convertían en charcos de inmundicias que se arrojaban por las ventanas con la frase indicada, bien recogida en esta coplilla popular: “Con el agua de fregar, El tabernero o su mozo Suelen poner que es un gozo a quien acierta a pasar”. Durante mucho tiempo la epidemia, ya fuese peste, cólera o fiebre amarilla, fue una preocupación constante en la vida de las gentes, sobre todo en el siglo XIX que se inició una violenta erupción de peste en el sur de España, y una y otra vez sonaban las alarmas en los caminos anunciando su avance. En Madrid se pusieron en marcha una base de medidas, entre ellas la implantación de la cuarentena, consistente en alojar a las personas que llegaban de zonas afectadas en dos lugares de la periferia. Concretamente se habilitaron para ello la ermita de Getafe y la ermita del Cerro de los Ángeles. Una para los que llegaban ya enfermos y la otra para los que estaban bien. Estos últimos si después de cuarenta días no daban señales de enfermedad se les proporcionaba un salvo conducto. Los enfermos ricos tenían que pagarse ellos mismos la curación, los pobres se hacía cargo de los gastos la Beneficencia Municipal. En Madrid, en 1.800, además de estas medidas se establecieron rigurosos turnos de vigilancia de las puertas principales de la cerca, estos turnos se efectuaban por los vecinos bajo lista. Los Portillos, Cuesta de la Vega, la Campanilla y el Espaldón de las Vistillas, se tapiaron hasta 1.805, que por orden real se levantaron las precauciones establecidas. En el año 1.599, la peste había causado una gran mortalidad que alcanzó el 15% de la población que supuso una nueva época en la historia de la demografía castellana. En 1.664 se repetiría la escena y cuentan las crónicas que no daba tiempo por el día a enterrar los muertos de la noche. .
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