CAMPOO
DESDE
SALCES A LA HOZ DE ABIADA
PASANDO POR FONTIBRE,
ARGÜESO Y PROAÑO
De vuelta ya en mi vivienda habitual en Madrid después de un
intenso verano en Salces, lleno de imágenes y estampas inolvidables,
revolviendo en mi ya viejo archivo me topé por casualidad con la revista
“Cantabria en Madrid” de Julio 1.985, editada por la Casa de Cantabria y
ojeándola con una cierta emoción, me encontré con algunas de mis aportaciones
como directivo de la Casa y a la revista, y una de las cosas que encontré fue
esta:
Releyendo ahora mi poema, hilvanado, quizás, con más cariño que disciplina poética mis recuerdos
se quedaron atrapados en una antigua excursión fantástica que hicimos años
atrás, por los escenarios sobresalientes del Valle de Campoo, Lina y yo, con
unos amigos madrileños oriundos de la tierruca que viven también en la Villa y
Corte: Carlos González Echegaray y Carmen
Gómez Rodrigo.
No es novedoso decir que en Campoo el verano comienza el día de Santiago y termina
el día de Santa Ana, es decir un día después, pero miren ustedes por donde aquel
verano se despistó un poco el frío y el sol prolongó sus rayos calientes hasta los
primeros días de agosto. Casi, casi lo justo para poder saldar la excursión que
habíamos planeado en Madrid con Carlos y Carmen y que queríamos hacer con el cielo
azul, pues en Campoo es uno de esos lugares que en los días de sol se multiplican
sus encantos naturales como por arte de magia y sus arboledas, camperas,
arroyos y riachuelos… brillan con generosidad.
El día previsto nos acompañó la suerte porque amaneció un día sin nubes. El
lugar de encuentro sería Salces, en casa de mi madre, con la huerta y el río,
un rincón lleno de belleza y silencio, en donde canta el ruiseñor y se huele la
hierba.
Nuestros invitados subirían desde Santander y fueron puntuales y se lo agradecimos,
pues aunque el día es largo en agosto, siempre viene bien empezar temprano.
Y lo hicimos siguiendo la numeración kilométrica de la carretera, es decir,
mirando hacia occidente, hacia el Pico Tres Mares, así que el primer lugar que visitamos
fue Fontibre, el nacimiento del Ebro, el pueblo de mi madre Teresa y de mis abuelos maternos Antonio y
Pilar y también en donde debí nacer yo
en circunstancias normales, pero la coincidencia de bombardeos en la
zona en la maldita guerra, en decir de mi madre, no se atrevió
a desplazarse a casa de sus padres desde Salces y vine al mundo
en casa de los abuelos paternos, cosa que desde luego tampoco me ha importado.
EL NACIMIENTO DEL EBRO
El lugar del nacimiento del río Ebro, es un lugar bucólico, lleno de un
encanto muy especial entre árboles, musgos y yedras, con un monolito en piedra
y la Virgen del Pilar como guardiana permanente. En decir de los entendidos no
es un manantial auténtico sino un filtraje de las aguas del Hijar que nace en
las laderas del Tres Mares y se junta al Ebro en Reinosa. Ciertamente esta
opinión a mí nunca me ha sorprendido porque desde chiquitín se lo oí decir a mi
abuelo Antonio, que el mismo había observado muchas veces como de vez en cuando
brotan algunas hojas de arbustos que no se dan en los alrededores de Fontibre.
Carlos se quedó un poco tocado de emoción al ver brotar las primeras aguas
del río que ha tenido tanta trascendencia a través de las páginas de la historia
de España y recordó como el historiador romano Marco Porcio Catón 200 años a.C.
afirmaba en sus crónicas que el río Ebro, las Fontes Iberis, nace en el
territorio de los Cántabros.
Como vigía perenne está la iglesia de San Félix de arte románico que solo
conserva el ábside, el presbiterio y el arco triunfal de algún interés.
En la zona norte del pueblo se halla el manantial de las “Aguas medicinales
de Fontibre” de excelentes cualidades curativas para las dolencias hepáticas.
Carretera adelante con un ligero
desnivel, se llega a Paracuelles, se toma un desvío a la derecha y en seguida
salta a la vista la silueta pétrea y
placentera del
Castillo de Argüeso, objetivo
principal de nuestro recorrido matutino.
Para llegar a sus muros no es necesario cruzar el pueblo, pero vale la pena
hacerlo para contemplar aun vivas algunas de las casas de viejísimo cuño como
testigos del antiguo Marquesado de Argüeso.
… Y, ahora al castillo!. Dije con todo mi entusiasmo mirando hacia su
enclave.
Al oír mi propuesta, como en un tono de desafío a la pendiente, Carlos y
Carmen se cruzaron la mirada y al alimón dijeron en tono de sorpresa:.
. Hasta allí tan arriba tenemos que subir?.
Pues claro!, -me apresuré a contestar-. Ya veréis que vistas más bonitas y
amplia panorámica. Iremos poco a poco por el sendero bordeando el montículo..
No es muy complicado, añadió Lina y ante esta afirmación se resignaron y comenzamos
la subida.
Una vez arriba se impresionaron al comprobar la altura de las torres en una
perfecta vertical y contemplar también el aspecto de los tejados del pueblo allá
abajo arropándose unos a otros en perfecta convivencia para defenderse del
azote de los duros y fríos inviernos.
Cuando ya habíamos recuperado el resuello Carmen se dirigió a Carlos y sin
más contemplaciones le espetó:
A ver Carlos, cuéntanos algo de la historia del castillo:
Bueno, bueno ¿y qué voy a decir yo?. Emilio y Lina de esto saben más que
yo, estoy seguro…
Al oír esta respuesta de Carlos, sin quererlo se me soltó la lengua:
En realidad no es un castillo en el sentido clásico y se trata de dos
torres medievales unidas por un cuerpo central, pero aquí en Campoo siempre ha
sido el castillo.
En tiempos fue fortaleza militar de la Merindad de Campoo, construido sobre
las ruinas de la antigua ermita de San Vicente. Data de los tiempos en que el
Señorío de Argüeso pertenecía a la Casa de los Mendoza, allá en el año 1.200. Las
torres son de los s. XIII y XIV y el cuerpo central del s;
XV, con una muralla protectora.
Dicho esto Carlos agregó: Doña Leonor de la Vega, madre de don Íñigo
López de Mendoza, el primer marqués de Santillana, fue señora de este castillo.
Luego en 1.495, los Reyes Católicos, elevaron al rango de marquesado los
señoríos de Argüeso y de Campoo..
Ah!, se me olvidaba un detalle curioso, intervine de nuevo:
Su último propietario es el
Ayuntamiento de la Hermandad de Campoo de Suso, por escritura de
donación “inter vivos” en el año 1.962 de doña Teresa Rábago García, bajo el
compromiso del Ayuntamiento de gestionar su reconstrucción, y en efecto con
fecha 30 de abril de1.988 el gobierno de Cantabria aprobó el plan de la reconstrucción. Doña
Teresa lo había heredado en 1.922 de don José Rábago de los Ríos, vecino de
Argüeso, que se la había comprado a don Ignacio Saro por un importe de
100pesetas.
Después de estas pequeñas pinceladas históricas y con las retinas llenas de
color y paisaje, y los pulmones bien oxigenados por la limpieza de aquellos
aires, reiniciamos el recorrido camino de la
Torre de Proaño
Bien conocida con los sobrenombres
de la torre del sordo de Proaño o de don Ángel de los Ríos, o con la denominación
literaria de Torre de Provedaño como la denominara José María de Pereda en su
libro “Peñas Arriba”.
Data la torre
de finales del s.XII, perteneciente a la familia de los Ríos aposentada en ella
desde hace más de cinco siglos bajo el sistema feudal de mayorazgo.
El conjunto
lo forman además tres casas de cuerpos diferentes
de construcción moderna y una capilla anexa bajo la advocación de Santa
Eulalia en la que se conservan cuatro cuadros procedentes del palacio de las
Leyes de Toro y varias estelas de la necrópolis de Espinilla probablemente de
los siglos VII y VIII..
Está claro que
Cantabria es tierra de torres, apostilló Lina: Esta de Proaño; la del Infantado de
Potes; la del Merino en La Costana o torre de Bustamante; la de don Borja en
Santillana del Mar….
Sí, es
cierto, rematamos todos, y yo agregué, pues la de La Costana al lado del pantano
del Ebro es la más alta de todas.
Seguimos la
ruta y llegamos hasta La Hoz de Abiada y allí nos recibió ya bastante caduco el
gran nogal, un árbol excepcional declarado monumento regional, conocido como “el abuelo de Cantabria” por ser el de
mayor edad y cargado de leyendas, pero lamentablemente ya se ha secado completamente.
A la sombra del nogal el
estómago nos recordó que era hora de comer y que mi madre ya nos estaría
esperando en Salces con la mesa puesta y un menú sencillo campurriano: Patatas
con chorizo, chuletas de ternera y arroz con leche, para finalizar con la
degustación de un licor casero de andrinas hecho por ella misma.
¡Qué rico todo!! Todos coincidimos en la
valoración.
.
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