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Año 1493. Aguadores
Estos personajes queridos y populares, y tan necesarios en las villas y ciudades como Madrid, propiciaron a los escritores y artistas bellas páginas literarias y obras de arte importantes. Citemos a modo de ejemplo el extraordinario cuadro de Velázquez “El aguador”.
En Madrid, en el siglo XIX, se contaba con varios pozos construidos y explotados por los vecinos. Había unas sesenta fuentes públicas, las más importantes eran las fuentes de la Castellana, de la Alcubilla, la del Berro, Abroñigal, Príncipe Pío, Amaniel, etc.
Este oficio de aguador llegó a tener una gran importancia y fue necesario establecer licencias para poder ejercerlo.
En el año 1858 se acabó con este noble oficio ejercido durante siglos. Con la construcción del Canal de Isabel II, ordenado por Juan Bravo Murillo quedaron en la miseria muchas familias madrileñas.
También había quedado sin efecto tiempos atrás los denominados “viajes de agua”. Nombre procedente de los antiguos “qanats” árabes (viajes de agua) consistentes en túneles subterráneos, revestidos con ladrillo y piedra.
En 1840, Theophile Gautier en su Viaje por España, escribía: “Existe en Madrid un comercio del que no hay idea en París, los vendedores de agua al por menor. Su tienda consiste en un cántaro de tierra blanca, un cesto de mimbre o de hoja de lata, que contiene dos o tres vasos, algunos azucarillos, y a veces, un par de naranjas y limones…
Por todos los rincones se oyen sus gritos, en tonos de mil maneras: !Agua!, ¿quién quiere agua?; ¡agua fresca!, ¡agua helada con nieve!. Eran muy madrugadores y a las cinco de la mañana ya comenzaban su alboroto hasta bien entrada la noche.
Los gritos del ¡agua, agua! se mezclaban con otro no menos bullicioso, el de ¡fuego, fuego!, que lo llevaban los mozuelos en copas llenas de carbón y ceniza, con un mango para no quemarse los dedos”.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
sigue ...
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