martes, 25 de septiembre de 2018

ALTAMIRA


MI PEQUEÑO HOMENAJE A LA CAPILLA SIXTINA DEL ARTE PALEOLITICO
 DECLARADA  PATRIMONIO MUNDIAL DE LA UNESCO



Me satisface decir que he sido un campurriano de los que han tenido el privilegio de haber podido contemplar a esta maravilla en tiempos pasados cuando estaba abierta al público y se accedía con cierta facilidad.

Recuerdo que la he visitado en varias ocasiones: la primera con el colegio, una segunda siendo mozo, y una tercera en compañía de mi mujer Lina. También he podido contemplar la réplica que se exhibe en el Museo Arqueológico de Madrid.

En varias ocasiones he  escrito y he hablado en conferencias sobre esta maravilla de Cantabria que es digna de todos los elogios habidos y por haber, pero en esta ocasión he creido más prudente hacerme eco de lo publicado por EL PAIS el día 24 de septiembre 2018, en conmemoración del día de su descubrimiento:

"La cueva de Altamira: la Capilla Sixtina del arte paleolítico 

El descubrimiento de la cueva de Altamira significó un vuelco para el conocimiento que se tenía hasta finales del siglo XIX sobre el hombre prehistórico: de ser considerado salvaje e incapaz de crear una obra artística, pasó a ser definido como un ser con una sensibilidad y una técnica sorprendentes.

La casualidad fue el germen del hallazgo de una pequeña abertura que daba entrada a la cueva, excavada en roca natural, en 1868. De hecho, un perro fue el que dio la pista de lo que había entre unas grietas, aunque pasaron 11 años hasta que las pinturas fueron descubiertas por una niña de 8 años mientras acompañaba a su padre en busca de restos de huesos y sílex en su interior. Pero la historia se volvió tan compleja como inverosímil, al negar el mundo científico que el primer tesoro pictórico prehistórico conocido hasta el momento se correspondiera con arte paleolítico.

Sin embargo, en 1902 llegó ese reconocimiento universal sobre la autenticidad de las pinturas y las disquisiciones de la ciencia empezaron a centrarse en la precisión cronológica de la ocupación de la cueva, las técnicas empleadas y su finalidad.

La entrada a la cueva de Altamira, situada a dos kilómetros del municipio cántabro de Santillana del Mar, fue descubierta en 1868 por un tejero asturiano llamado Modesto Cubillas. En un día de caza liberó a su perro, atrapado entre las grietas de unas rocas cuando perseguía a una presa, y dio con la entrada. La noticia, que comunicó a sus vecinos a la vuelta, no tuvo la menor trascendencia porque se creyó que era una más entre los cientos de grutas que había en ese terreno de origen kárstico.

Pero Cubillas también se lo comunicó a Marcelino Sanz de Sautuola, un rico propietario local perteneciente a una distinguida familia de la alta sociedad cántabra (bisabuelo de Emilio Botín, el que fuera presidente del Banco Santander), aficionado a la paleontología y considerado un erudito en la zona, aunque no la visitó hasta 1875 o 1876. Cuando lo hizo la recorrió en su totalidad y reconoció algunos signos abstractos, a los que no dio importancia por no considerarlos una obra humana.

El 24 de septiembre de 1879, Sautuola regresó por segunda vez a la cueva de Altamira, pero en esta ocasión acompañado por su hija María Sanz de Sautuola y Escalante, de ocho años. Su intención era excavar la entrada de la cueva para hallar algunos restos de huesos y sílex, tal y como había visto en la exposición universal de París un año antes.


Pero el verdadero descubrimiento lo realizó la niña. Se adentró en la cueva hasta llegar a una sala lateral y allí descubrió unas pinturas en el techo. Sautuola quedó sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos extraños animales que cubrían casi la totalidad de la bóveda y al año siguiente publicó un pequeño tratado de apariencia científica titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, en el que defendía el origen prehistórico de las pinturas e incluía una reproducción de ellas..."

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